Jugarse
en un abrazo de tango
Se ha escrito y hablado
mucho de las propiedades terapéuticas del baile.
A través de su historia, la
humanidad toda ha utilizado tanto la música como la danza con fines
terapéuticos, o simplemente catárticos. Pensemos como ejemplo en los pueblos
ancestrales con sus ritos chamánicos, la exaltación común y liberadora al son
de los tambores. El baile como acto de sanación es tan remoto como la historia
de la civilización y con el correr de los años y la investigación, se ha
intentado explicar donde residía lo
terapéutico del baile. Así se ha llegado a saber que, por ejemplo: bailar estimula todos los órganos; quema calorías; ayuda a
liberar tensiones musculares; mejora la
oxigenación; tonifica músculos, nervios y tendones; mejora la elasticidad de las
articulaciones; puede ser un factor anti- estrés y fuente de placer al liberar
endorfinas; desarrolla el sentido del equilibrio y la coordinación, etc.
Como podemos apreciar, bailar favorece una verdadera
transformación en el cuerpo, pero no únicamente. El ser humano es una unidad
bio-psico-social de modo que cualquier transformación en un punto comporta
inevitablemente una modificación en el conjunto. Así, podemos mencionar también
como en lo psicosocial: ayuda a desarrollar habilidades personales como la
concentración, la improvisación, la sensibilidad, la creatividad, la capacidad
de reacción, la motivación, la capacidad de disfrute y la actitud activa;
colabora con el desarrollo de aspectos comunicacionales como el interés y la
entrega; estimula la interrelación personal, la responsabilidad, la confianza
propia y en los demás, aumentando la autoestima; posibilita la asunción y el
intercambio de rol desde una perspectiva de género; favorece la valoración
constructiva de los demás y la lista continúa.
Si bien cada uno de estos aspectos
podría desarrollarse extensamente, me interesa ahondar en el valor terapéutico
ligado al placer lúdico que se pone en juego, valga la redundancia, al bailar
tango. Y esto está en relación directa con al menos dos características que lo
diferencian de otras danzas y lo hacen particularmente apto a los fines terapéuticos:
no posee coreografía alguna preestablecida, por lo cuál es una danza de
improvisación, pero además, es una improvisación resultante de la comunicación de
a dos, fundidos en un abrazo cuerpo a cuerpo, contacto a través del cuál se
comunica la pareja para crear paso tras paso, insertos en un espacio social,
también particular.
Habitualmente lo primero que
se imagina cuando se habla de juego es la diversión, la relajación, la ausencia
de normas, la infancia. Sin embargo, el juego es desde nuestros inicios y para
el resto de nuestras vidas una manera de conocimiento, apropiación y control de
nosotros mismos y del mundo externo, una manera de ensayar los roles y las
reglas vigentes en el contexto en que nos manejamos para adaptarnos a él.
El crear conjuntamente con
otro, con la inspiración de la música que nos conecta con determinados
sentimientos, con los condicionantes de la pista que nos exponen continuamente
a resolver situaciones, tratando de acomodarnos a un abrazo siempre diferente y
singular que nos devuelve diferentes mensajes acerca de nosotros mismos y del
otro y por ende del exterior, son algunos de los componentes lúdicos del tango.
Y como tal, nos permite ensayar y aprender formas de comunicarnos con los
semejantes, expresar nuestros sentimientos, desarrollar la habilidad de
resolver problemas, conectados desde un lugar de placer y en un ambiente social
que crea fuertes sentimientos de pertenencia entre quienes lo comparten.
En el microcosmos del tango
nos damos cita para jugar inmersos en diferentes abrazos habilitando de esta
manera una suerte de “roleplaying” en la que de acuerdo a cada abrazo y cada
encuentro, siempre únicos, tenemos la oportunidad de conectarnos con diversos
aspectos de nuestra historia y ensayar alguna característica de nuestra
personalidad; quizá un abrazo posesivo movilice la necesidad de reivindicar
nuestra propia personalidad, o un abrazo demasiado confortable favorezca la
entrega y la pasividad solo deseando dejarnos fluir en él, o un abrazo lleno de
picardía nos invite a la creación de nuevos patrones de movimiento… la variedad
es infinita.
Aquí es importante destacar
que, si bien el abrazo posee condiciones que podrían llevarnos a pensar que es
intrínsecamente terapéutico, -la sensación de contención y protección; la
estimulación de la piel, el órgano más extenso de nuestro organismo, por
nombrar algunas-, a tal punto que vimos proliferar movimientos tipo “flashmobe”
regalando abrazos por doquier en los últimos años, no nos da igual cualquier
abrazo.
El cuerpo guarda, cristaliza
y atesora la historia de vida de la persona que lo habita. Con este cuerpo
andamos por el mundo, llevando nuestra historia a cuestas, mirando el mundo
erguidos, cabizbajos, anudados, apesadumbrados y con este cuerpo abrazamos y
bailamos y bailamos un tango. Hay abrazos que contienen, abrazos que
aprisionan, abrazos que inmovilizan, abrazos tímidos, abrazos despojados,
abrazos pasionales, abrazos que abrasan.
Y por ello es que no hay UNA
manera de bailar el tango, no hay UNA manera de sentirlo, no hay UNA técnica, y
con esto no me refiero a que no las haya en sí, sino a que no las hay en tanto
unicidad. Hay tantas maneras de bailarlo, de sentirlo, de abrazar como
subjetividades hay para llevarlo a cabo.
Para concluir, siempre y cuando
podamos respetarnos y respetar la diversidad, siempre y cuando podamos
sentirnos libres de elegir aquel abrazo en el cuál queremos bailar, entonces
puede abrirse paso una experiencia liberadora, sanadora, del orden de la que
encontramos en la meditación, en la cuál
se puede “dejar pasar los pensamientos” para ir al encuentro del ser.
Publicación realizada para http://www.airesdemilonga.com/es/blog
Octubre de 2016