23 nov 2016

Jugarse en un abrazo de tango

Se ha escrito y hablado mucho de las propiedades terapéuticas del baile.
A través de su historia, la humanidad toda ha utilizado tanto la música como la danza con fines terapéuticos, o simplemente catárticos. Pensemos como ejemplo en los pueblos ancestrales con sus ritos chamánicos, la exaltación común y liberadora al son de los tambores. El baile como acto de sanación es tan remoto como la historia de la civilización y con el correr de los años y la investigación, se ha intentado explicar  donde residía lo terapéutico del baile. Así se ha llegado a saber que, por ejemplo: bailar estimula todos los órganos; quema calorías; ayuda a liberar tensiones musculares;  mejora la oxigenación; tonifica músculos, nervios y  tendones; mejora la elasticidad de las articulaciones; puede ser un factor anti- estrés y fuente de placer al liberar endorfinas; desarrolla el sentido del equilibrio y la coordinación, etc. 
Como podemos apreciar, bailar favorece una verdadera transformación en el cuerpo, pero no únicamente. El ser humano es una unidad bio-psico-social de modo que cualquier transformación en un punto comporta inevitablemente una modificación en el conjunto. Así, podemos mencionar también como en lo psicosocial: ayuda a desarrollar habilidades personales como la concentración, la improvisación, la sensibilidad, la creatividad, la capacidad de reacción, la motivación, la capacidad de disfrute y la actitud activa; colabora con el desarrollo de aspectos comunicacionales como el interés y la entrega; estimula la interrelación personal, la responsabilidad, la confianza propia y en los demás, aumentando la autoestima; posibilita la asunción y el intercambio de rol desde una perspectiva de género; favorece la valoración constructiva de los demás y la lista continúa.
Si bien cada uno de estos aspectos podría desarrollarse extensamente, me interesa ahondar en el valor terapéutico ligado al placer lúdico que se pone en juego, valga la redundancia, al bailar tango. Y esto está en relación directa con al menos dos características que lo diferencian de otras danzas y lo hacen particularmente apto a los fines terapéuticos: no posee coreografía alguna preestablecida, por lo cuál es una danza de improvisación, pero además, es una improvisación resultante de la comunicación de a dos, fundidos en un abrazo cuerpo a cuerpo, contacto a través del cuál se comunica la pareja para crear paso tras paso, insertos en un espacio social, también particular.
Habitualmente lo primero que se imagina cuando se habla de juego es la diversión, la relajación, la ausencia de normas, la infancia. Sin embargo, el juego es desde nuestros inicios y para el resto de nuestras vidas una manera de conocimiento, apropiación y control de nosotros mismos y del mundo externo, una manera de ensayar los roles y las reglas vigentes en el contexto en que nos manejamos para adaptarnos a él.
El crear conjuntamente con otro, con la inspiración de la música que nos conecta con determinados sentimientos, con los condicionantes de la pista que nos exponen continuamente a resolver situaciones, tratando de acomodarnos a un abrazo siempre diferente y singular que nos devuelve diferentes mensajes acerca de nosotros mismos y del otro y por ende del exterior, son algunos de los componentes lúdicos del tango. Y como tal, nos permite ensayar y aprender formas de comunicarnos con los semejantes, expresar nuestros sentimientos, desarrollar la habilidad de resolver problemas, conectados desde un lugar de placer y en un ambiente social que crea fuertes sentimientos de pertenencia entre quienes lo comparten.
En el microcosmos del tango nos damos cita para jugar inmersos en diferentes abrazos habilitando de esta manera una suerte de “roleplaying” en la que de acuerdo a cada abrazo y cada encuentro, siempre únicos, tenemos la oportunidad de conectarnos con diversos aspectos de nuestra historia y ensayar alguna característica de nuestra personalidad; quizá un abrazo posesivo movilice la necesidad de reivindicar nuestra propia personalidad, o un abrazo demasiado confortable favorezca la entrega y la pasividad solo deseando dejarnos fluir en él, o un abrazo lleno de picardía nos invite a la creación de nuevos patrones de movimiento… la variedad es infinita.
Aquí es importante destacar que, si bien el abrazo posee condiciones que podrían llevarnos a pensar que es intrínsecamente terapéutico, -la sensación de contención y protección; la estimulación de la piel, el órgano más extenso de nuestro organismo, por nombrar algunas-, a tal punto que vimos proliferar movimientos tipo “flashmobe” regalando abrazos por doquier en los últimos años, no nos da igual cualquier abrazo.
El cuerpo guarda, cristaliza y atesora la historia de vida de la persona que lo habita. Con este cuerpo andamos por el mundo, llevando nuestra historia a cuestas, mirando el mundo erguidos, cabizbajos, anudados, apesadumbrados y con este cuerpo abrazamos y bailamos y bailamos un tango. Hay abrazos que contienen, abrazos que aprisionan, abrazos que inmovilizan, abrazos tímidos, abrazos despojados, abrazos pasionales, abrazos que abrasan.
Y por ello es que no hay UNA manera de bailar el tango, no hay UNA manera de sentirlo, no hay UNA técnica, y con esto no me refiero a que no las haya en sí, sino a que no las hay en tanto unicidad. Hay tantas maneras de bailarlo, de sentirlo, de abrazar como subjetividades hay para llevarlo a cabo.

Para concluir, siempre y cuando podamos respetarnos y respetar la diversidad, siempre y cuando podamos sentirnos libres de elegir aquel abrazo en el cuál queremos bailar, entonces puede abrirse paso una experiencia liberadora, sanadora, del orden de la que encontramos en la meditación, en la cuál  se puede “dejar pasar los pensamientos” para ir al encuentro del ser.

Publicación realizada para http://www.airesdemilonga.com/es/blog 
Octubre de 2016